Justin Anderson tendrá que buscar su sitio en la NBA en Philadelphia


Han pasado ya unos cuantos días desde el traspaso de Nerlens Noel que probablemente haya cambiado el futuro de los Dallas Mavericks, pero creo que es justo echar un último vistazo atrás para despedir a un jugador que ilusionó a la afición Mavsoquista como poco jóvenes lo habían hecho en las últimas temporadas: Justin Anderson. 

Con Justin siempre tuvimos un problema a la hora de calibrar las expectativas que debíamos poner sobre él para no pasar de la realidad a la ficción. Su elección en el Draft fue alabada desde el principio como un cambio en el negro rumbo que habían tenido los Mavericks en la selección de rookies años atrás. Aunque a Anderson le costó despegar, pegado al banquillo durante los meses de invierno, siempre se le veía con las ganas de jugar de un niño con un juguete nuevo, pero con mucha humildad y pegándose a Dirk Nowitzki para aprender todo lo que pudiera, llegando a entrenar en algunas sesiones con el alemán y Holger, un privilegio y más para cualquier recién llegado. 

En primavera los Mavs necesitaron una inyección de energía y Anderson proporcionó exactamente eso, subiendo su nivel en el momento en el que Dallas más lo necesitaba al estar mermado el equipo por las lesiones, su lanzamiento parecía más fiable, su confianza estaba por las nubes, y su impacto, especialmente en defensa, era notable. Parecía haber dado un gran paso adelante. 

Pero esta temporada no vimos nada de eso. De nuevo, las lesiones le dieron una oportunidad al principio de la temporada, pero en esta ocasión no la supo aprovechar y otro sí lo hizo (Dorian Finney-Smith). Rápidamente entró en un círculo vicioso: sin minutos, y sin confianza. Un par de actuaciones buenas no edulcoraron la realidad. Carlisle llegó en ocasiones a preferir incluso a Nicolás Brussino, mucho más flojo físicamente pero con grandes instintos en el movimiento del balón y una mecánica de lanzamiento fiable. 

Y ahí se fue por el sumidero la carrera de Justin Anderson en los Dallas Mavericks: por la ausencia de un lanzamiento fiable. Tiene agujeros en muchas otras facetas, especialmente las relacionadas con la lectura del juego y el control de los impulsos, pero con su excelente perfil físico todo eso habría sido más perdonable si Simba se hubiese acercado al 45% en triples que tuvo en su último año en Virginia, cifra que ahora parece más una excepción que una buena señal, después de su 26.5% desde la larga distancia en su año rookie y el 30% que lleva este año. 

Siempre he querido ser justo con Justin Anderson. Cuando brillaba, intentando rebajar las exageradas expectativas que se estaban poniendo sobre un chaval (un gran chaval, de hecho) aún bastante verde en comprensión de juego y bote. Cuando estaba en el fondo del banquillo, predicando paciencia con el joven proyecto. Y sería hipócrita no seguir haciéndolo ahora que no está en Dallas. Sus condiciones físicas son extraordinarias, pero ahora tendrá que trabajar en los 76ers para encontrar su hueco en la NBA.

Y lo justo era dedicar una despedida a Justin Anderson, el jugador que supuso la primera piedra en el cambio de rumbo de los Dallas Mavericks. 
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