Historias de los Mavs en "El sueño de mi desvelo", de Antoni Daimiel



Hace unas semanas, el analista de NBA Antoni Daimiel presentaba su libro, "El sueño de mi desvelo", su repaso a la liga estadounidense desde que comenzó a comentarla, resaltando las que para él son las historias más llamativas.

Tratándose de Daimiel, he "perdonado" que me tenga bloqueado en Twitter (ya sabéis, "#bloquearesdecobardes") y, aunque no he terminado la lectura, sí que he acabado aquellas partes en las que habla de los Dallas Mavericks o temas relacionados con ellos, y en las siguientes líneas recopilo estos pasajes que, aunque muchos sean ya conocidos por los fans, nunca está de más recordar. 

Por supuesto, aquel al que le guste lo que lee debería hacerse con el libro. 

"Antes de ese desenlace gris y angosto de la temporada habíamos disfrutado de grandes momentos en los playoffs del Oeste. Dallas y Sacramento disputaron una semifinal de conferencia antológica que solo se pudo resolver en el séptimo partido y con el mismo desenlace que todos los encuentros frente al precipicio que afrontaron aquellos añorados Kings. Transcurridos los tres primeros encuentros ya se habían sumado 757 puntos en global. Una bacanal de juego ofensivo, un festín que daba una cuenta de 252 puntos de media por encuentro. En el descanso del segundo partido, los Mavericks ya habían anotado 83 puntos. Ningún equipo había marcado nunca tanto en los dos primeros cuartos de un partido de playoff en la historia de la liga. Asomaba la cabeza ya por entonces Steve Nash como el base del momento, el más talentoso de la liga, socio perfecto y amigo personal de un Dirk Nowizki superlativo, un Larry Bird moderno, del siglo XXI".

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"En la 2002-03, Popovich le dio poca bola a Kerr. En la final de conferencia contra Dallas, San Antonio perdía por 13 puntos a falta de 11 minutos. Popovich, «Teléfono rojo llamando a Moscú», que decía Montes, rescató al base del banquillo con el objetivo de arriesgar y agitar el partido con su amenaza en el perímetro. Kerr metió cuatro triples que fueron puñales en el corazón de los Mavericks, dio la vuelta al marcador y le regaló la victoria a su equipo."

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"El 2006-07 fue el curso del baloncesto europeo en la NBA. Dirk Nowitzki fue elegido MVP de la temporada regular; Tony Parker, de las finales, y Andrea Barnagni salió elegido por Toronto Raptors en el número uno del draft. Suena como un chiste: van un alemán, un francés y un italiano a jugar a Estados Unidos y triunfan. Nada extraño era ya en esos tiempos ver a jugadores formados fuera de las universidades americanas acaparando el dominio del juego.

«No quiero ver un vídeo de un base francés de 19 años. Solo lo haría si fuese yugoslavo o compatriota de Nowitzki.» La genial frase la pronunció Gregg Popovich cuando llegaron a San Antonio las primeras imágenes de Tony Parker. Unos años después, Parker, el hijo de un jugador de Chicago y de una modelo holandesa, fue elegido MVP de las finales por delante de Tim Duncan. Casi nada."

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"Dirk Nowitzki siempre ha optado por encerrarse en el vestuario en los momentos de mayor carga emocional de su carrera. El hermetismo y la frialdad que se les supone a los alemanes salen a relucir a la hora de buscar refugio en la cueva perfecta, a salvo de miradas extrañas y cámaras indiscretas. Así sucedió, por ejemplo, en el tercer partido de la final del 2006 entre Dallas y Miami, cuando comenzó a dar patadas a una máquina de ejercicios en el vestuario de la cancha de los Heat después de que su equipo perdiera un partido que dominaba por 13 puntos a falta de seis minutos. Esa derrota fue la llave para que los Heat se crecieran, remontaran la final y le ganaran el anillo a los Mavericks de Avery Johnson. De repente, un batallón de revientaglorias le negó la condición de ganador a Nowitzki y hasta Dwyane Wade quiso hacer leña del roble caído: «Los Mavs acabaron perdiendo porque Dirk no actuó en los instantes importantes como el líder que se suponía que era». Cuentan que, cuando los Heat ganaron el sexto partido en Dallas, Nowiztki estuvo encerrado en el sancta sanctórum del equipo hasta las ¡cinco de la madrugada!

Por mucho que el visionario Jason Terry se tatuara el trofeo de campeón de la NBA en su brazo derecho y lo luciera el primer día de pretemporada, casi nadie daba opciones a los Mavericks como aspirantes al título de la Conferencia Oeste, por delante de la dinastía Laker, de los Spurs o de unos emergentes Thunder. Dominaba el escepticismo con un equipo que en los cuatro años que siguieron a la final de 2006 fue eliminado tres veces en primera ronda de playoffs pese a completar grandes récords en temporada regular. Nadie se jugaba su dinero por ellos a pesar de acumular once temporadas consecutivas con más de cincuenta victorias, algo que antes solo lograron los Celtics de Russell, los Lakers de Magic y Duncan con los Spurs. El diagnóstico cambió por ventajista cuando Dallas barrió en semifinales de su conferencia a los Lakers de las tres finales seguidas por 4 a 0. Los Mavericks movían el balón en ataque con tiralíneas y convicción de certidumbre. Nowitzki estaba rayando su mejor nivel histórico y Terry se vistió de asesino para rentabilizar la tinta quieta en forma de trofeo bajo su epidermis. Solo Nowitzki y Terry permanecían del equipo que perdió la final del 2006. 

En Miami, la temporada del Big Three no había empezado bien. Los talentos desplazados a South Beach parecían aplanados por el sol. El equipo perdió ocho de sus primeros 17 partidos y comenzó a retumbar la percusión de los tambores sonando a amenaza en contra de la dirección del joven entrenador Erik Spoelstra. Los medios especularon por entonces con otro regreso de Pat Riley al banquillo. La típica reunión de solo jugadores después de la octava derrota enderezó el rumbo del equipo hasta el punto de que desde ese momento hasta la final de la NBA Miami Heat acreditó un record de 61 victorias y 20 derrotas, incluidos unos playoffs de la Conferencia Este donde solo cayeron en tres ocasiones. 

El diseño de aquella final propició un amplio favoritismo para los Heat y en ese momento no se contó demasiado con las riquezas tácticas de los Mavericks (Carlisle, Casey y Stotts como técnicos de ajedrez) y con el espíritu vengativo de Nowitzki y compañía ante los ramalazos osados y faltones de las estrellas de los Heat. Terry motivaba desde el banquillo a Nowitzki con la frase: «Remember 06». Además, desde el último partido de la serie ante los Lakers cada jugador de los Mavericks debía llevar algo negro en señal de luto por la derrota del equipo contrario: «Hoy vamos de funeral», se decían unos a otros antes de cada partido. Un vídeo de LeBron y Wade en el que se mofaban de la supuesta enfermedad del alemán durante el cuarto enfrentamiento de la serie fue la chispa que terminó por desatar el juego y el instinto de Dallas. Es obvio que antes del quinto encuentro se repitieron esas imágenes en los monitores del vestuario de los Mavericks.

La franquicia tejana consiguió su primer título en seis partidos. Nada más ponerse el cronómetro de la temporada a cero, el ala-pívot alemán salió escopetado hacia los vestuarios para encontrar cobijo y dar rienda suelta a sus emociones. Posteriormente nos contaron que el MVP de esta final estuvo un buen rato llorando por lo conseguido. Todavía quedaba un premio más, las palabras con las que Nowitzki denunciaba y reconvenía los reproches hacia él de cinco años atrás y con las que se autoproclamaba todo un campeón".

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"«Lo que sucede es que me he enamorado, como el perfecto estúpido que soy, de la mujer que tienes a tu lado… Encájame el directo que te doy.» No sé si mucha gente en Dallas conocerá esta letra de una de las mejores canciones de Luis Eduardo Aute, Una de dos, pero habría venido al pelo para describir la historia que presumiblemente acabó con uno de los equipos más prometedores de los años 90: Dallas Mavericks. Era el equipo de las tres jotas. Jason Kidd era el debutante del año en 1995 junto con Grant Hill y le acompañaban en el perímetro Jimmy Jackson y Jamal Mashburn. Tres enormes talentos destinados a sacar a los Mavericks del agujero negro en el que se había sumido la franquicia desde que se separaran Rolando Blackman y Mark Aguirre con la marcha de este a los Pistons. Pero toda la ilusión se diluyó en chocolate hirviendo por el amor de una mujer, incluido el final de la etapa de Dick Motta en el banquillo y la etapa de Donald Carter como propietario. Una mujer tremendamente atractiva y con una voz seductora deshizo por entero una franquicia.

Cómo sería el nivel de aquellos Dallas Mavericks que en la temporada 92-93 finalizaron con un balance de 11 victorias y 71 derrotas. Las elecciones de las tres jotas en los drafts del 92, 93 y 94 abrieron una vía para acabar con el desastre. A pesar de vencer los cuatro primeros partidos del curso 95-96 solo ganaron 22 más en los 78 restantes. Y es que el ofensivo no era el único triángulo del que se hablaba por entonces en la NBA. La prensa que cubría la información de los Mavericks publicó en marzo de 1996 que Kidd y Jackson habían dejado de hablarse y a los pocos días apuntaron que una mujer era la causa de tal disputa. Al parecer la cantante Toni Braxton acudió a un hotel de Atlanta para salir con Kidd y apareció por el hall agarrada del brazo de Jackson. Amarraditos los dos, espumas y terciopelo, que cantara María Dolores Pradera. 

Ninguno de los dos jugadores ahondó en el problema públicamente pero no se escondieron a la hora de plasmar sus diferencias e incompatibilidades en la pista. Kidd, que fue titular en el All Star Game aquella temporada, acabó siendo traspasado a Phoenix, Jackson a New Jersey y Braxton publicando uno de sus mejores discos, mientras ni afirmaba ni desmentía el rumor. «Nunca cuento a quién beso», decía a los medios. El título del trabajo fue Secretos, que vendió ocho millones de discos en Estados Unidos y quince en todo el mundo.

Por una patata frita

No hemos acabado con Jason Kidd. Estrípers de Arizona, Sacramento, Dallas, Miami e Indiana, una taquillera y una empleada de los Nets, una cheerleader de Nueva Orleans, una chica llamada Lisa y otra Petra para el playboy más activo y disimulado de la NBA en casi dos décadas. Y yo orgulloso de ser contemporáneo de un fenómeno así. La citada alineación es solo un ejemplo, una lista completa de amantes aportada con pelos y señales por su esposa, Joumana, en su contrademanda de divorcio, un espeluznante documento de veintisiete páginas. Un año después de la historia con Braxton y ya como jugador de los Suns, Kidd conoció a la que sería su cónyuge. Cuatro años después de la boda, en 2001, fue detenido por un presunto caso de violencia doméstica. Según parece, golpeó a su mujer en la cara tras una discusión que explotó en el comedor de la mansión de los Kidd en Paradise Valley, en el área metropolitana de Phoenix. Joumana llamó a la policía con un corte en un labio y una hemorragia en la boca. La tensión acumulada encontró la gota que colmó el vaso cuando Jason Kidd cogió una patata frita del plato de su hijo T. J. y su esposa le recriminó esa acción. Según la versión policial, Jason le escupió la patata a Joumana en la cara antes de golpearla. 

Empezó entonces una guerra en la que la imagen de Kidd cayó por los suelos ante la opinión pública y hasta los Suns se vieron obligados a traspasarlo poco después a los Nets a pesar de que su rendimiento baloncestístico era estelar, jugando playoffs durante cinco temporadas consecutivas. Esta fue una historia a la que Andrés Montes y yo sacamos bastante partido, sobre todo incidiendo en cómo diferencias graves y acumuladas en el tiempo pueden destaparse, especialmente con un personaje violento implicado, solo por un detalle tan aparentemente nimio como el de coger una patata frita de un plato ajeno. Joumana acusó a su esposo de golpearla en repetidas ocasiones (contra el capó de un coche o con un candelabro) y este respondió con una demanda en la que hablaba de un matrimonio caótico debido a los celos y paranoia de ella. Estando jugando en los Nets se dice que un día Joumana cogió el teléfono móvil de su marido en el vestuario, antes de un partido. Revisó llamadas y mensajes «no autorizados» y fue capaz, desde su silla en primera fila de pista, de increpar a su esposo mientras este jugaba. El testimonio de Joumana en el proceso de divorcio resultó escalofriante: definía a Jason Kidd como bebedor y jugador empedernido, sádico y maltratador desde antes de contraer matrimonio. Acusó a Kidd de golpearla con todo tipo de objetos durante el embarazo de su primer hijo o de obligarla a dormir en la habitación de uno de los fisioterapeutas del equipo en una pretemporada ya que no le dejó la llave de la suya a sabiendas de que el hotel estaba completo".

"El sueño de mi desvelo", por Antoni Daimiel. Todos los derechos pertenecen al autor y la editorial. 
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